sábado, 9 de febrero de 2008

Superhéroes made in Cuba

¿Cuáles son los atributos que definen a un héroe de historieta? Todos tenemos en mente multitud de héroes o, sobretodo superhéroes, la gran mayoría norteamericanos. No en vano, la poderosa industria de comics made in USA ha producido los superhéroes más famosos de la historia: ya sea de manera individual (Superman, Batman, Spiderman…) o colectiva (X Men, The Avengers…). La lucha contra el mal, dentro de sus vastísimos límites, podría definir lo que es un superhéroe. Si olvidar, que el sujeto en cuestión, tiene unas capacidades físicas o mentales que no están al alcance del común de los mortales. Superman es el caso paradigmático de “superpoderes”. En cambio, Batman, representa el nivel óptimo en la preparación física y mental de un ser humano…¿normal? Muy normal no es que sea Batman, pero entramos en el juego y nos creemos que es una persona como cualquiera que pudiera caminar por la calle, solo que ha trabajado su cuerpo y su inteligencia hasta cotas de excelencia.

Los superhéroes no son inocentes. Eso parece bastante claro. Desde hace años, desde su origen en el caso de algunos como el Capitán América, nacieron con la voluntad de luchar contra el mal, personificado en seres de carne y hueso (Hitler) que vivían en nuestro mundo propagando sus acciones malévolas. Esta implicación de los superhéroes en la vida real, en nuestra vida real, es difícil desligarla de la ideología que despliegan. En el caso del Capi, su traje es bastante clarificador. A eso me refiero en lo de que no son inocentes. Al menos así lo veía la crítica marxista de los 60 y 70 en Latinoamérica. Estos teóricos culturales, como es el caso de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, dieron lugar a trabajos de grandísimo impacto en algunas regiones del globo, como el caso de Para leer al Pato Donald (1972). Esta obra, elaborada durante el gobierno de Salvador Allende en Chile, quería poner de manifiesto que los cómics, como producto cultural de masas, no eran inocentes. Comportaban una ideología y no reconocerlo era seguir el juego de manera tácita, sin cuestionamientos. Dorfam y Mattelart así lo entendieron cuando escribieron su visión de la factoría Disney. Ahora bien, esta valoración de los cómics como productos culturales de claro mensaje ideológico, implicó una aproximación negativa al considerarlos un producto de la ideología burguesa y como tales era necesario cuestionarlos y en definitiva, rechazarlos. No es hasta los años 60 cuando se produce un cambio radical en la forma de entender la historieta, subiéndose al carro de lo que fue el Pop Art, que indudablemente estaba muy influenciado por el mundo de los cómics. Y si no, vean la obra de Lichtenstein.

Por otro lado, el marxismo es una teoría que se arroga un carácter científico porque se basa en cuestiones meramente materiales. Estructura y superestructura implican conceptos meramente materiales así como los modos y medios de producción. Es decir, se analizan las relaciones sociales, económicas y culturales desde la realidad y con los pies lo más pegados al suelo que se pueda. Aunque palabras como ideología ya nos sugieran algo un tanto más etéreo.

El caso es que si el marxismo fue la teoría cultural predominante en buena parte de Latinoamérica (porque explicaba las relaciones de dependencia económica y cultural con el gigante del Norte), los cómics eran un tema difícil de insertar en dicha teoría. No digamos ya los cómics de superhéroes que eran, según los marxistas de la época, el fiel reflejo de una imposición cultural por parte de la ideología burguesa norteamericana. Se aludía a ciertos cómics como Mandrake the Malician, Tarzan o The Phantom como ejemplos de la imposición de un orden cultural blanco y occidental, sobre un territorio exótico que necesitaba ser gobernado y dominado por Occidente.

En países como Cuba, donde la Revolución de 1959 tomó de manera temprana la senda del socialismo y luego del comunismo (aunque no tan temprana porque hasta 1961 Fidel no declara la Revolución como Socialista y a él mismo como Marxista-Leninista), las aproximaciones a los cómics fueron, digamos, tirantes. En primer lugar, las relaciones con los EE.UU. han estado desde siempre caracterizadas por la dependencia y la agresión. Desde la lucha por la independencia cubana respecto a España (finales del XIX), a la que se suman los EE.UU. con la intención de reforzar su presencia en el caribe, hasta la ignominiosa Enmienda Platt de 1901 que regulará las relaciones de los EE.UU con la nueva república independiente de Cuba. Dicha enmienda permitía entre otras cosas la intervención militar y tuvo que ser aprobada por el parlamento cubano pese a sus evidentes reticencias:

Artículo III: Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y para cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a los EE.UU. por el Tratado de París y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el Gobierno de Cuba.

Y no nos vamos a extender más con esto porque no viene al caso. Lo demás es por todos conocido y los libros de historia están repletos de información al respecto. A donde quería llegar es que tras el triunfo de la Revolución cubana, la cultura se reorganiza y dentro ella, el papel de los cómics también. Uno de los efectos más inmediatos es el rechazo de los superhéroes y la convicción de que de la propia realidad provienen los héroes del pueblo. Es decir, los revolucionarios que expulsaron al dictador Batista. Los mismos que alfabetizaron a la población en 1961 y repelieron, el mismo año, el intento de invasión en la Bahía de Cochinos o Playa Girón por agentes de la contra-revolución con la ayuda de la CIA. Los héroes o incluso los superhéroes no tenían que buscarlos los cubanos de a pie en historias fantásticas. Los dirigentes de la Revolución junto con multitud de artistas, se esforzaron por hacer entender esto a la población. Como ejemplo, la tira de Chago aparecida en el diario Revolución donde claramente se desestiman los superhéroes que están en el terreno de la fantasía, por el verdadero héroe que reside en el terreno de la realidad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El tebeo estaba vivo asimilaba y socializaba. Era un agente social, tan bueno y tan malo como cualquier otro.
¡Qué miedo me da lo del Pato Donald! Me quedo con el artículo de Jodorowsky sobre el zen en el Pato Donald.
Ismaelotov, el portador de la cerilla prometeica.

Jorge dijo...

Exacto ni tan bueno ni tan malo. Pero el marxismo lo entendió como producto propio de la ideología burguesa y el estigma que le cayó fue de tres pares de pepinos.

El libro del Pato Donald es buenísimo. Cierto que un tanto pasado de ondas, ha llovido desde el año 1972 pero muchas cosas de las que decían los autores todavía tienen bastante sentido.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Interesting post +1000
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Bimago El Cínico dijo...

Que interesante, me he encontrado con tu blog buscando informacion sobre el comic latinoamericano y me ha encantado, lo he guardado en mi lector de feeds. Gran articulo, ahí te lo voto en Divoblogger para que más gente te visite. Un abrazo desde el Neoverso. ¡Nos leémos!