







Y aquí, Manel Fontdevila, sobre el mismo asunto.










Preciosa nueva edición del clásico Platero y yo del premio Nobel en 1956, Juan Ramón Jiménez, con unas bellísimas ilustraciones de Idígoras y Pachi. 50 años han pasado ya de la muerte en el exilio del poeta en Puerto Rico. Si pincháis en la portada podéis disfrutar con el proceso creativo. Por cierto, Juan Ramón era uno de los pocos intelectuales de renombre que solía frecuentar la tertulia de la cripta de Pombo, organizada por el genio Ramón Gómez de la Serna en el Madrid de los años 20. Especialmente cuando había algún invitado de postín como ocurrió con el banquete en honor al filósofo español José Ortega y Gasset. Fue en esas tertulias donde se empezó a gestar "el nuevo humor" que heredarían personalidades como Mihura, Jardiel Poncela, Tono, K-Hito, etc. Grupo que luego se ha venido a llamar "La otra generación del 27". Que me desvío del tema, ¡puñeta!(Vía Guía del Cómic)

Señores, ¡volvamos al rastro! Vuelvan los que lo dejaron por los cantos de sirena del libro/cómic nuevo. Vuelvan los que nunca fueron ni estuvieron. Vuelvan y disfruten del griterío y de las joyas olvidadas a precios de saldo. Vuelvan, en definitiva, porque siempre se volverán a casa con una lectura o dos, o catorce para disfrutar en casa. Sin ir más lejos, mi señora y yo fuimos el sábado pasado a un rastrillo que organizaba la nunca suficientemente bien valorada biblioteca de la ciudad de Nottingham. Ni qué decir tiene que encontramos de todo, libros para chiquillos, obras sobre arquitectura, historia, de viajes, manuales de inglés, cursos de idiomas con sus cds, alguna cosilla de Gaiman (Coraline), etc, etc. Tuvimos que pedir amablemente que nos cedieran alguna de las cajas de cartón para poder cargar los tesoros. Y entre todo aquel desbarajuste de libros, encontré estas cuatro joyitas (bueno, está bien, 2 joyas y dos que no lo son tanto) al indigno precio de 10 peniques cada uno. Sí, han oído bien, los cuatro cómics en edición cartoné, en perfecto estado, me costaron la friolera de 40 peniques, que al cambio resultan unos 50 céntimos de euro. La sola lectura del sexto volumen de la serie Thorgal, La Chute de Brek Zarith, de Van Hamme y Rosinsky ya mereció el considerable desembolso. Y además he constatado de nuevo la idoneidad del lenguaje de la historieta para iniciarse en idiomas extranjeros. Algo que por aquí le damos mucha importancia. 

Una de las últimas lecturas más estimulantes ha sido Los humoristas del 27 (2002), el libro-catálogo de la exposición homónima que acogió el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, comisariada por Patricia Molins, publicado por Sin Sentido con todo primor. José López Rubio, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1983, titulado “La otra generación del 27”, reivindicó la existencia de otro grupo de artistas del 27, no aquellos grandes poetas como Pedro Salinas, Gerardo Diego o Rafael Alberti, entre otros. López Rubio se refería a Edgar Neville (1899-1967), Antonio de Lara “Tono” (1900-1977), Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), Miguel Mihura (1903-1977) y él mismo (1903-1996). Cinco personalidades del humor que abarcaron múltiples disciplinas, entre las que también figuró el humor gráfico y la historieta. Para López Rubio, los mencionados son, citando a Pedro Laín Entralgo, “los ‘renovadores’ –los creadores más bien –del humor contemporáneo”. Y sin duda fueron claves en esa nueva concepción del humor, que entroncaba con las vanguardias y la presencia infatigable de Ramón Gómez de la Serna, el verdadero introductor de los movimientos artísticos de vanguardia en España.
La nómina de artistas no puede (ni debe) reducirse a esos cinco nombres. La obra Los humoristas del 27 se encarga de expandir ese privilegio a otras figuras capitales como Antoniorrobles, Bon o K-Hito. Pero también se queda corta esta lista o de lo contrario, cómo dejar fuera a Bagaría, por ejemplo. A través de una cuidada selección de textos teóricos, cinco ensayos deliciosos entre los que destaca el magistral “El humor en España: del Romanticismo a la Vanguardia” del profesor José Carlos Mainer, nos adentramos en el territorio del humor y entendemos la extraordinaria importancia que el humor tuvo en la concepción y el desarrollo de los movimientos de vanguardia. No en vano el filósofo más importante del momento, acaso el mayor filósofo que ha dado España, don José Ortega y Gasset ya lo anunciaba en su influyente La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925): “Pero el artista de ahora nos invita a que contemplemos un arte que es una broma, que es, esencialmente, la burla de sí mismo. Porque en esto radica la comicidad de esta inspiración. En vez de reírse de alguien o algo determinado –sin víctima no hay comedia -, el arte nuevo ridiculiza el arte”. No hay que olvidar tampoco las aportaciones de Sigmund Freud, Henri Bergson o Luigi Pirandello, que también teorizaron sobre el chiste, la risa o el humor respectivamente.
El libro en cuestión viene adornada con preciosas reproducciones de míticas revistas de los años 20 y 30, Gutiérrez, Buen humor, El perro, el ratón y el gato, Macaco o La ametralladora, que en plena Guerra Civil Española y dirigida por Miguel Mihura, elaboraría un humor, en la medida de lo posible, alejado de furibundos belicismos. Una mirada humorística a la condición humana que se prolongó en la famosísima publicación La Codorniz (1941), que supo llenar un espacio que había quedado baldío tras la contienda. Un humor que trascendió ideologías y que precisamente por ello estableció una comunicación con un público lector escarmentado mayoritariamente de guerras y luchas sin sentido. La obra se acompaña de breves semblanzas biográficas de los artistas y ejemplos aparecidos en las citadas revistas. Finalmente, una selección de textos a cada cual más hilarante como el firmado por Menda y Jardiel Poncela “Un juicio gutierresco”, publicado en Gutiérrez en 1928, sobre un juicio ficticio a José Martínez Ruiz (Azorín) y Pedro Muñoz Seca, por su atrevimiento y alevosía, con el agravante de nocturnidad, al representar una obra teatral frente al desvalido público que dormitaba en una sala, de extraño parecido al de un patio de butacas, o sea, un teatro.

